miércoles, 28 de marzo de 2012

Ella, Luna

La vimos enrojecer y mutar de piel por tres noches.
Acuartelarse en la zona del reposo.
Reinventar cuentos
de sí misma
y caminar alejándose
del dragón sin alas,
            sin fauces.




Ella era redonda
y se creía amada.
Era un instante de ternura,
una promesa,
una retórica dialogicidad.
Incomprensible
al oído humano.



Ahí estaba.
La vimos,
la amamos unos segundos;
lo que dura el aletear de la noche.
            Nuestra noche.
Fue entonces, Ella,
pálida y turgente
voluptuosa,
amada.


Y Ella,
ella sola,
Ella
            impasible
Ella
            callada,
Ella
            sacerdotisa
pariendo
un pedazo de luz.


La vimos estrellar su cara contra una nube,
despeinarse de viento y bruma,
amanecerse,
tocada su faz
por un ave
que anidó en sus senos,
en su suelo impenetrable.



La vimos dormir
y dormimos.
La vimos soñar
y soñamos.
Se quebró
y nos quedamos con un trozo de luz
para alumbrarnos cuando no estuviera
            Ella.

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