Acuartelarse en la zona del reposo.
Reinventar cuentos
de sí misma
y caminar alejándose
del dragón sin alas,
sin fauces.

Ella era redonda
y se creía amada.
Era un instante de ternura,
una promesa,
una retórica dialogicidad.
Incomprensible
al oído humano.
Ahí estaba.
La vimos,
la amamos unos segundos;
lo que dura el aletear de la noche.
Nuestra noche.
Fue entonces, Ella,
pálida y turgente
voluptuosa,
amada.
Y Ella,
ella sola,
Ella
impasible
Ella
callada,
Ella
sacerdotisa
pariendo
un pedazo de luz.
La vimos estrellar su cara contra una nube,
despeinarse de viento y bruma,
amanecerse,
tocada su faz
por un ave
que anidó en sus senos,
en su suelo impenetrable.
La vimos dormir
y dormimos.
La vimos soñar
y soñamos.
Se quebró
y nos quedamos con un trozo de luz
para alumbrarnos cuando no estuviera
Ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario